El comienzo de un libro

22 abril 2011

Estos días una amiga ha tenido la suerte de leer por primera vez Cien años de soledad, un libro que tiene uno de los mejores comienzos jamás escritos:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Una frase impactante, descomunal, irrepetible. No quiero ni imaginarme cuantas veces la reescribió Gabriel García Márquez hasta que quedó con la forma que todos conocemos, e incluso podemos citar de memoria. Como lector de Cien años de soledad, agradezco todo el esfuerzo que puso en alcanzar la excelencia. Como lector de decenas de libros escritos después, preferiría que no la hubiera escrito nunca, que la novela hubiera empezado en la segunda frase. No habría pasado nada, la novela seguiría siendo excepcional, y nos habríamos ahorrado un montón de primeras frases de libros que buscan impactar al lector a cualquier precio.

Bueno, en realidad lo que me gustaría es que todos estos buscadores de la "frase del millón de dólares" se dieran cuenta de que impactar es solo una función menor dentro de las que debe desempeñar el comienzo de un libro. En este caso, además de las funciones básicas (fijar el tiempo, el estilo, el narrador y demás características del texto), la frase proporciona una anticipación que crea en el lector, desde la primera línea, la sensación de fatalidad que el autor quiere tenga presente a lo largo de todo el libro, a la vez que sitúa la narración en un mundo como el que conocemos, pero ligeramente diferente, como más nuevo, todavía por descubrir, con misterios por desvelar, como el hielo. Dos líneas y García Márquez consigue imprimir en el lector las sensaciones de maravilla y fatalismo, eso es lo que hace magnífico este principio.

Con respecto a los comienzos de fuegos artificiales, podemos encontrar un ejemplo en Condenados, de Santiago Eximeno:

Dicen que en las ramas de los árboles calcinados anidan ángeles negros, y que su prole se alimenta de lágrimas y ceniza.

Es una imagen brutal, sin duda, con un elevado contenido poético. Lástima que se encuentre muy por encima del nivel del resto de la novela, y que el desnivel entre ambos se salve en las cuatro líneas más que tiene el primer párrafo:

Como cualquier otra de las historias que los niños escuchan de boca de los amargados, su credibilidad se asienta sobre hechos contrastados. Los ángeles caminan por las ruinas del mundo y su mirada quiebra los corazones que aún laten en los pocos supervivientes.

Con este comienzo, Eximeno da falsas pistas en cuanto al tono y estilo del narrador y crea expectativas en cuanto a la importancia que tendrán los ángeles negros que no tiene la menor intención de cumplir. Es más, en el libro tienen más protagonismo los "resucitados" que los ángeles, y no son mencionados hasta la segunda página.

El resultado de priorizar la visualidad sobre la funcionalidad y coherencia es que el lector se decepciona cuando llega al segundo párrafo, que es el primero de verdad de la novela:

No ha transcurrido ni un día desde que ellos aparecieron. No transcurrirá ninguno por mucho que lo deseemos.

El simbolismo ha desaparecido, las frases se han acortado y el tono se ha vuelto directo, sentencioso y agresivo. Durante los siguientes párrafos ambos estilos se alternarán, creando confusión, hasta que este segundo estilo predomine. Conforme avance en la lectura del libro, el lector olvidará el primer párrafo porque realmente no forma parte de la narración pero seguirá pensando que algo falla, que no está leyendo lo que le habían prometido.

Este problema concreto se soluciona buscando una mayor integración del comienzo del libro con el resto de la narración. Conseguir esto es bastante más fácil que escribir una línea que sea recordada durante generaciones. Un ejemplo notable de esta forma de empezar el libro es la de Tolkien en El hobbit:

En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.

El objetivo de la primera frase no es asombrar, sino generar curiosidad: ¿qué clase de agujero era? (respondido en los dos primeros párrafos) y, sobre todo: ¿qué es un hobbit? (respondido en los siguientes). Con la primera frase, Tolkien siembra unos interrogantes que llevan al lector a seguir leyendo para encontrar las respuestas, facilitando la inmersión del lector, que cuando quiere darse cuenta va ya por mitad de la tercera página.

Un ejemplo de integración aún más claro es el comienzo del Quijote:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.

Y corto aquí, aunque la descripción del protagonista se extiende cuatro párrafos. Y no voy a ponerme en ridículo analizando este fragmento, salvo en lo que tiene que ver con esta entrada: brillante como es el comienzo, Cervantes no busca con él impactar al lector, sino sumergirlo en la trama de la forma más sutil y rápida posible.

En esta línea que preconizo de comienzos coherentes y plenamente integrados en la narración tengo que destacar, una vez más, los de Merwyn Peake en Titus Groan y Gormenghast, por ser comienzos que extienden sus raíces durante decenas y cientos de páginas. Para cuando termina la presentación, ya estás enfrascado en la lectura de la novela. Consiguen cumplir de forma espectacular con una de las principales funciones de un principio: interesar al lector.

Lo que tienen los comienzos excepcionales es que son, precisamente, excepcionales. La obsesión por buscar uno no debería sobreponerse a las funciones que deben cumplir para ser buenos comienzos.

El fándom (I) - Los autores

21 abril 2011

El desencadenante de esta serie de artículos es, evidentemente, el artículo de Julián Díez en Literatura Prospectiva que tanto revuelo causó la semana pasada, tanto que se convirtió en el peor sitio para expresar una opinión.

La primera reflexión de la serie viene de lejos y simplemente fue avivada por algunos comentarios como este (la negrita es mía):

Creo que si no es una edad de oro, tampoco lo es de baratillo. No voy a argumentarlo … Sí diré que gasto muuuuucho dinero en libros, que soy, todavía al menos, un privilegiado en ese sentido … y que, tristemente, la oferta actual es "monetariamente" inasumible para cualquier bolsillo medio. Eso no tiene, en absoluto, nada que ver con la calidad, que, en mi humilde opinión, es extraordinaria … Puede que de esta era de ( perdón) " la ciencia ficción patria" no llegue a surgir ninguna obra maestra, ningún Silverberg, ningún Orwell. Puede. Pero, con Victor Conde, tengo claro que nuestro reto es seguir intentándolo … quién sabe donde enraizará la Rosa.

Al margen de lo que pueda decir del autor de esta opinión su forma de escribir, he leído bastantes opiniones similares últimamente en comentarios del mencionado Víctor Conde y de algún otro autor y me pregunto de quién hablan. Sí, de quién hablan. Porque rara vez dan nombres cuando hablan de la nueva brillante generación de jóvenes autores fandomitas de ciencia-ficción, y empiezo a creer que es deliberado hablar siempre de ellos como de una entidad, porque si les dieran nombres podríamos asociarlos a las impresiones que nos han causado sus novelas. Y entonces la farsa terminaría.

También me pregunto por el sistema de referencia que usan, porque creo que tiene el listón de lo que es un buen autor por los suelos. Me da la impresión de que se comparan (a sí mismos y al resto de esta generación fantasma) con las novedades de las editoriales de género. Ni siquiera con la producción fantástica actual, inventando excusas como:

Los que leen cf fuera del grupo de aficionados es porque se la venden como otra cosa. Es el caso del tipo de cf que escribe gente como Somoza, por ejemplo, que consiste en un 99 % de realidad, y una pincelada, nada más que una pincelada, de ficción. Así pues, tenemos sólo dos opciones: o escribimos esta “especie” de cf que cuela de tapadillo como mainstream rarito, o escribimos género sin complejos.

(Nota: que alguien explique a Víctor Conde la diferencia entre "realidad" y "realismo" y "ficción" y "fantasía", que cuando leí su comentario estuve riéndome casi 10 minutos).

Entiéndeme, no niego que han surgido, surgen y surgirán excelentes novelas de cf en el mundo editorial mainstream. Lo que digo es que, de momento al menos, esas novelas abordan la cf con prevención y de forma muy light. Y con ello se ganan muchas cosas, pero se pierde en gran medida la audacia especulativa que ha hecho grande al género.

Claro, como la ciencia-ficción generalista es menos ciencia-ficción, no es comparable. Aplicando suficientes veces esta regla se consigue reducir el ámbito de estudio a las obras de un puñado de autores que, consecuentemente, no pueden ser sino los mejores en su estilo.

Así parece que funciona la mente de determinados autores de género. Desgraciadamente, no es así como funciona la mete de la mayoría de los lectores. Un lector no va a una librería buscando "un libro de ciencia-ficción con elevado contenido especulativo y alto detalle en la explicación del elemento fantástico" o "cualquier otro libro", al cincuenta por ciento. Un lector va a una librería y se encuentra con miles de libros a su disposición, de todos los géneros, de todas las épocas y con una gama de calidad absoluta. Cuando un lector va a una librería, no va a elegir entre Víctor Conde y Ted Chiang, sino entre estos dos y Silverberg; entre estos tres y Bradbury; entre estos cuatro y Tolkien; entre estos cinco y Poe; entre estos seis y Cervantes; entre estos siete y Shakespeare; entre estos ocho y Homero; y así sucesivamente. Cuando alguien habla de que un autor es bueno, espero que me dé una razón para elegirle entre todos los autores cuyos libros puedo comprar. Una razón para pagar 20 o 30€ cuando por ese dinero puedo comprar tres joyas de la literatura universal.

A modo de ejemplo de este sistema de referencia de la literatura fandomítica patria, presento a continuación una lista de los libros que he leído en lo que va de año, ordenados del que más me ha gustado al que menos, en rojo los realistas y en verde los fantásticos y en tono más oscuro las obras de autores españoles:

  • La guerra de las salamandras
  • El amante
  • Pedro Páramo
  • La familia de Pascual Duarte
  • Momo
  • Dracula
  • Nunca me abandones (en proceso)
  • La historia de tu vida
  • El fondo del cielo (en proceso)
  • De mecánica y alquimia
  • Condenados

Vaya. Resulta que los peores libros que he leído en lo que va de año son los que se escribieron en esta década, que —salvo una brillante excepción— las realistas han sido mejores que las fantásticas, y que los autores españoles proliferan en las posiciones más bajas.

Sirva esta muestra a modo de declaración de intenciones de cara al artículo que estoy escribiendo en el que intentaré desenmascarar, en la medida de mis posibilidades, esta patraña de la supuesta calidad de los autores que están saliendo del fándom. Las obras que tengo pensado emplear como representación son:

  • De mecánica y alquimia, de Juan Jacinto Muñoz Rengel.
  • El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán.
  • Condenados, de Santiago Eximeno.
  • Crónicas del Multiverso, de Víctor Conde.
  • Mobymelville, de Daniel Pérez Navarro.
  • Fin, de David Monteagudo.
  • Antes de las jirafas, de Matías Candeira.
  • El mapa del tiempo, de Félix J Palma.

Agradezco sugerencias que contribuyan a la completitud del artículo, pero ruego encarecidamente moderación, que tendré que leerlas y la mayoría de la lista prometen ser bodrios. No se trata de matarme de asco.

De revoluciones editoriales

26 enero 2011

Leo, con una mezcla de asombro y horror, el artículo que dedica hoy El País a Julio Jaime Salinas, que al parecer ha debido morir hoy, o ayer, o hace poco.

Asombrado porque se tilde de revolucionaria la introducción del concepto de libro de bolsillo en España. ¿Desde cuándo es revolucionario aplicar una idea que lleva años funcionando en un mercado similar?, ¿también fue un revolucionario el primer tipo que decidió vender ordenadores personales en España?, ¿alguien se acuerda de él?, ¿por qué el mundo del libro es diferente?

Horrorizado porque, realmente, el mundo editorial se cree diferente. Se creen que pueden mantenerse alejados de la realidad y regirse por reglas diferentes. Por eso elogian algo que, en cualquier otro sector sería de sentido común y objeto de crítica hacia los que no tuvieron la agilidad suficiente para dar el paso.

El sector editorial español es endogámico y está sobreprotegido; ¿cuánto tardará en surgir de su interior un "revolucionario" que entienda que los ebooks no son, curiosamente, una revolución sino el siguiente paso lógico?

Hace ya 6 años que Chris Anderson publicó en Wired su artículo The Long Tail, que explica el éxito de Amazon y Netflix en base a un modelo de mercado nuevo y hay gente que todavía no se entera.

La evolución se ve fácilmente en otros mercados, como el de los videojuegos, en el que las cifras de venta van evolucionando desde las del Halo 3 u otros grandes lanzamientos (80-20) a las de apps como Angry Birds (larga estela).

En el mercado del libro la evolución lleva mucho tiempo gestándose. La aparición de los paperbacks, de hecho, fue un paso importante; e igual que en su momento las editoriales no lo vieron claro, ahora solo ven la reducción de los beneficios en los grandes lanzamientos, no las ganancias que pueden conseguir de la inmensa mayoría de su catálogo que no son las 2 o 3 grandes novedades de cada año.

Ya llegarán. Y dentro de 50 años se escribirán artículos a sí mismos elogiándose por su clarividencia.